SOMOS DE 5º

VAMOS A SER LOS MEJORES





viernes, 24 de mayo de 2013

ANTIGUOS

DEBERES:

C. DEL MEDIO:
-Ficha / Examen.    (Consultad en el libro).

FRANCÉS / INGLÉS:
-Haced los trabajos que hay.

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Avisos:

Alumnos que no han traído el Cuaderno de Plástica desde hace muuucho tiempo. (Vais a suspender si seguís así):
Félix, Maite, Paula Planes.
Alumnos a los que le faltan dibujos por terminar:
Arturo, Jesús, Marta.

Hay seis alumnos de la clase que fallan a menudo con los deberes, aunque solo sea una parte.  O no los hacen porque no quieren, o ponen excusas.
Estoy pensando muy seriamente poner cada semana la lista con aquellos alumnos que se dejan cosas por hacer de los deberes, que no traen el material o que no estudian lo suficiente.
Espero no tener que hacerlo, pero para el curso próximo ya lo tengo decidido.

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Para los padres:

Recordar que el próximo martes 28, tendremos la pertinente reunión del tercer trimestre.  A las 5 de la tarde.

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Bien. Me toca corregir los exámenes de la Prehistoria. Tengo la impresión de que van a salir bastante bien. Eso espero.
También he de terminar de corregir vuestros textos: una descripción de persona.
He corregido algunos y me han sorprendido muy gratamente. A ver si dura.

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Para Andrea Ayuso:      El  lunes te examinaré oralmente de las preguntas de C. del Medio.
Cuídate.

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 Y ahora, una preguntita para los supercuriosos:

Investiga:

¿Cuántos metros cuadrados tiene una hectárea?


Y otra de regalo:

¿Qué animales son?  
 un corcel
 un can
una acémila

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Y ahora, si queréis saber la pequeña historia de Tinita y descubrir cuál era su gran pasión, sólo tenéis que leer con atención lo que viene a continuación.

Muy buen fin de semana a todos los australopithecus de 5º.  Chao.
                                 






Algunos de los componentes de la tribu o clan de 5º:
(De izquierda a derecha: Paula M.. Andrea A., Carmen, Samuel, Miguel, Arturo y la profe Mª Guía.)

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    Historias de un maestro novato.

                                                  TINITA

   Era un día oscuro y húmedo de finales del mes de marzo. Ante mis ojos, desmesuradamente abiertos, junto a la triste y vacía carretera, envuelta entre las brumas de las primeras horas mañaneras, se alzaba, orgullosa en su soledad, la escuela.
   Era ésta un viejo caserón de dos plantas con la siguiente distribución: arriba, y totalmente abandonada, se encontraba lo que antaño debió de haber sido la casa del maestro; abajo, en una única estancia, con una gran chimenea de leña en el centro, lo que podríamos llamar la clase; y, para completar el panorama, un patio trasero con más de un metro de matojos, hierbajos, escombros y Dios sabe qué clase de fauna habitando en su interior.

   Lo que más me llamó la atención del lugar fue que no hubiera casas por los alrededores. La escuela se erguía soberbiamente pobre entre pequeñas lomas de viejas rocas y arbusto bajo, el cual servía de pasto y alimento a algún rebaño de inquietas cabras que balaban a lo lejos. Por lo demás, no se divisaba un alma en aquel paisaje. Ni siquiera el sordo zumbido de algún vehículo osaba romper el frío silencio de la mañana. Sólo los ladridos del perro pastor, poniendo orden entre las cabras y algún que otro agudo silbido de su amo llegaban hasta mis desacostumbrados oídos.

   Al cabo de un rato, tras investigar por el viejo edificio y aventurarme a explorar la intrincada selva del patio trasero, estaba como quien dice oteando el horizonte, cuando vi acercarse una pequeña figura caminando por un senderillo desde la única casa que se podía vislumbrar desde allí.
   Ya cerca de mí, noté cómo la niña -era una niña- me observaba de arriba a abajo sin disimular su curiosidad, con la expresión del indio que ve por primera vez a un hombre blanco, entre temerosa y divertida. Se conoce que mi aspecto (elevada estatura, cabello largo y barba, vaqueros y botas) no era de lo más habitual en aquellos parajes. No obstante, tras unos segundos de estudio, me saludó con un ¡hola! y preguntó si yo era el nuevo maestro. Le contesté que sí y ella me dijo que no tenía "pinta" de maestro. Después me contó que la escuela se encontraba cerrada desde hacía bastantes días y que la maestra estaba enferma de no sabía qué rara enfermedad.
   Tras charlar un rato más, quedamos en que ella se encargaría de avisar a los otros chicos y chicas de que al día siguiente se reanudarían las clases a las ocho y media. Se despidió alegremente y la vi alejarse correteando y saltando entre pequeñas rocas cubiertas de verde moho.

   Así es cómo conocí a Valentina; perdón, a Tinita, pues todo el mundo la llamaba de esa forma, aunque nunca llegué a saber si realmente le gustaba ese diminutivo o no.

   Tinita era pequeña y delgada. Su media melena pelirroja siempre la llevaba recogida en una o dos trenzas, lo cual hacía que resaltaran más su blanca carita llena de pecas y sus ojos de un marrón muy oscuro. Tenía nueve años y era una de las dieciocho pequeñas personas que formaban aquel diminuto y extraño universo. Dieciocho diablillos entre los cuatro y los diez años a los que no tardé demasiado tiempo en domesticar y, sobre todo, querer. La verdad es que no eran muy listos para los libros, pero su ingenuidad, su humildad y su nobleza de carácter me robaron el corazón en pocos días.

   Tinita no era buena estudiante, pero ponía mucha voluntad en todo lo que hacía. Lo que más le gustaba era dibujar y los temas de animales. Pero su gran pasión, mayor que cualquier otra cosa en su vida, era jugar al fútbol. Anhelaba que llegara el tiempo del recreo para poder dar rienda suelta a sus infinitas ansias de jugador: correr por la banda, regatear y , sobre todo, centrar. Más que meter goles, su mayor placer en un terreno de juego era centrar el balón y que un compañero rematar a gol. Siempre con pantalones, pues la falda -decía ella- le impedía correr y tocar el balón con comodidad, recorría una y otra vez aquella gran explanada, dura y pedregosa, con la carretera y un pequeño barranco como límites, soñando que jugaba en el más repleto de los estadios.

 
   Fueron tres meses nada más los que estuve en aquella escuela olvidada del mundo. Tres meses llenos de anécdotas y aventuras que, a pesar del tiempo transcurrido, no olvidaré nunca. Historias como la del halcón herido que encontramos en el patio trasero; como la de la culebra oculta en la chimenea; como la del panal de abejas; como la del zorro muerto en la carretera. O lo que me reía con el extraño idioma de los hermanos Juan Jesús y Antonio "carita de cabra":
-Maestro, me he hecho un corte en la mano. Ponme un espergatrapos.   
O, ¿Qué llevas hoy para almorzar, Juanje?
-Pan y jamollo, como todos los días.

   Pero lo mejor de todo fue descubrir el sueño secreto de Tinita y poder hacerlo realidad.
¿Sabéis cuál era?  Pues ir a la capital y subir por las escaleras mecánicas de El Corte Inglés.
Pero eso ya ... es otra historia.



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